viernes, 5 de enero de 2018

REYES MAGOS POR EL MUNDO


Niños refugiados dibujando en el Centro Victoria, Atenas

SOS REFUGIADOS lleva regalos a los niños que cada día acogen en el Centro Victoria, en Atenas
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YOUNG & SOLIDARY reparte juguetes en Haití y en Perú

    
 Los Reyes Magos están a punto de llegar. Fue a partir del siglo XIX cuando esta tradición cristiana se tradujo en una noche llena de magia, en una fiesta infantil con regalos para los niños. Tal y como en otros países y en otras culturas se hace el día de Navidad con San Nicolás o Papá Noel. Que los Reyes llegan con ilusión y regalos lo saben todos los niños. ¿O no?

     Pues no. Muchos de los cerca de 150 niños que pasan sus días en el Centro Victoria, que SOS Refugiados tiene en Atenas, nunca han recibido un regalo de Reyes. No se imaginan lo que es. Son víctimas de los conflictos en Afganistán, Irak o Siria. Niños huidos que llevan meses o años sin un hogar. De campamento en campamento, eso con suerte. Algunos han perdido a su familia en el periplo. 

Niñas refugiadas en el Victoria
     "Muchos nunca han ido al colegio y no saben lo que es un regalo de Reyes", me explica Agustín García, coordinador de SOS Refugiados en España. Esta organización da 300 desayunos y 600 comidas diarias a quienes ya no pueden ni vivir en un centro de acogida. "Estos refugiados no quieren entrar en un campamento porque temen ser deportados a Turquía" explica Agustín, "y pensamos que debíamos poner en marcha un centro para atenderles". 

  Agustín me enseña un vídeo de los chavales y les oigo cantar: "Jugando al escondite en el bosque anocheció, y el cuco cantando el miedo nos quitó". Reconozco la letra de Rosa León. Se lo enseñan voluntarios españoles mientras hacen manualidades con ellos. 

Manualidades con los niños refugiados
     "Después del recorrido que han tenido, que algunos han perdido a sus familias y vienen solos, al menos queríamos que sintieran algo la magia de la Navidad", dice Agustín. Por eso, han conseguido que en un colegio de Asturias, en Arriondas, todos los alumnos donaran juguetes usados. Y en palés se los han llevado al Puerto de Valencia. De allí, a Atenas. A estas horas, Agustín está vistiéndose de paje de honor para entregárselos en mano. 

Los niños del Victoria son una muestra de un problema mucho mayor. Según UNICEF, en el mundo hay 2.100 millones de niños. Casi la mitad viven en un entorno de pobreza. Y de ellos, 800 no han recibido nunca un regalo por Navidad. 

Juguetes para niños de Haití
     Los Reyes Magos hacen lo que pueden para paliarlo, pero Belén Solera, creadora de Young & Solidary cree que, además de los adultos, son los propios niños los que más pueden ayudar. Su iniciativa: que en la carta a los Reyes los pequeños prescindan de  un regalo y lo pidan en nombre de otro niño sin recursos. Así, el año pasado, consiguieron repartir mil juguetes en Haití. 

     "Lo que más me impresionó", me dice, "es que no llegaban a abrir los paquetes.  Es tan bonito, decían, que nunca he tenido algo tan bonito en mis manos", relata. Me asegura que ninguno de ellos desempaquetó su regalo durante varias horas. 

Juguete para niños de Haití
    Este año, Young & Solidary repite en Haití y amplía su reparto a un orfanato de Lima. "Debería ser algo oficial, que en las cartas que reparten las grandes marcas de juguetes para que los niños rellenen estuviera ya la fórmula del regalo solidario", pide Belén, "porque los niños han demostrado que les gusta ayudar."

    Su deseo es el de Agustín y el de todos: que con estas iniciativas seamos capaces, como hacía el cuco de Rosa León, de quitar a los niños que no tienen un futuro claro el miedo que les entra al anochecer. Al menos hasta que amanezca.


Escucha este reportaje en "Tres Mundos Solidaridad" , RNE-Radio 5.  ( A partir del min.16´10)
http://www.rtve.es/alacarta/audios/tres-mundos-solidaridad/tres-mundos-solidaridad-musica-para-salvar-vidas-01-01-18/4400228/

jueves, 9 de noviembre de 2017

ÁFRICA XII: ÁNGELA, POR FIN CON UNA FAMILIA


Ángela con parte de sus nuevos hermanos
    Después de siete años, ya tiene un hogar
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   Su adopción es imposible pero vivirá en una familia de acogida

    Hace meses que la esperanza de paz se evaporó en Kivu Norte, al noreste de la RD Congo, que sigue arrastrando una de las muchas guerras invisibles africanas: la de las guerrillas y la corrupción. El último brote de violencia terminó con decenas de vidas en los alrededores de la localidad de Beni. Y también se llevó la oportunidad de que Ángela fuera, por fin, adoptada 

    Tiene siete años y no conoce más que el orfanato de las Hermanas Oblatas de Beni. Allí ha compartido cuidados y juegos con muchos niños. Unos van, otros vienen, y ella siempre se queda. 

     Ángela llegó al orfanato con meses, su familia había muerto en una epidemia. Su estado era grave y las monjas pensaron que no saldría adelante. Por eso llamaron a un joven cura, Kambale, para que le diera la extremaunción. Y sin saberlo, cambiaron la vida de los dos.
Ángela con Kambale y otro niño del orfanato 
     Y así, hace casi dos años, inició junto a las monjas un proceso que se ha convertido en una pesadilla.

     "Reconocí síntomas de tuberculosis y una falta de afecto enorme", cuenta Kambale. "La miré. Me miró. La toqué y le hablé. Reaccionó positivamente y comprendí que tenía que hacer algo por ella". Años después todavía lo cuenta con una nube en sus ojos.

   Se empeñó en sacarla adelante. Exámenes médicos, cariño y contacto, "piel con piel", dice. Establecieron una relación estrecha. "Me he convertido en el padre de la niña", me dice, orgulloso. "No conoce otra familia más que la mía. Mi madre es su abuela y mis hermanos, su familia. Están dispuestos a adoptarla".

    Había que confirmar que no quedaba vivo ningún familiar de la niña, aunque fuera lejano. Kambale y varias monjas recorrieron cientos de kilómetros en su furgoneta, rumbo a la selva del norte de la región. En una aldea remota dieron con un tío lejano de Ángela, sumergido en el alcohol y en la miseria. No conocía a la niña pero enseguida pensó que sería de ayuda en casa, para algunas labores y cuidar a varios críos más pequeños.

    Se negó a firmar la autorización para que pudiera ser adoptada. Y esgrimió un argumento válido en este país, me explican las monjas: "Culturalmente está mal visto abandonar a un familiar, cualesquiera que sean los lazos. Va en contra de la tradición".

     Volvieron al orfanato resignados a que de un momento a otro alguien fuera a recoger a Ángela. Pasó más de un año; ni una llamada, ni una visita...nada. Su "tío" no parecía acordarse de ella.


Ángela, hace dos años,  con su abuela 
     Pero curiosamente, en un país inundado de corrupción institucional, violencia e  injusticia social, hay quien cumple la ley hasta el final. El juez lo dejó claro: sin autorización de un familiar no se puede conceder la adopción.

      Desde el orfanato hicieron todo lo legalmente posible con un dinero que no tenían. Denunciaron a la familia por no proteger a la niña. Pidieron la intervención de la organización local para la protección de la infancia. Pero nada.

     Mientras,  ajena a todo, Ángela jugaba con  su amigo Bahati, o con cualquier otro, en las faldas de la madre de Kambale, su "abuela". Y la violencia rodeaba el orfanato sin que ella pudiera ponerse a salvo.
    Ese viaje no se hizo nunca. Dinero, dificultades burocráticas y, lo definitivo, carreteras de nuevo salpicadas de peligros que el funcionario no estaba dispuesto a afrontar.

    Un funcionario del Tribunal Especial para la Protección de la Infancia -creado por el abuso y tráfico de niños constatado en el país- se comprometió a viajar junto a Kambale para constatar "oficialmente" la situación del familiar lejano de la niña. Sólo así podrían declararlo culpable de abandono y quitarle la autoridad legal sobre ella.


Con parte de su nueva familia
     Kambale sí. Recorrió kilómetros y kilómetros en su moto tratando de solucionar este sinsentido. Meses después lo ha conseguido. Ante su insistencia y determinación, el juez ha decidido conceder la "acogida" para Ángela mientras se consigue la adopción definitiva.
     Hace unos días Ángela abandóno el orfanato. Lo hizo segura y sonriente. Una prima de Kambale, a la que no le sobra ni un franco, se la ha llevado a su casa de Butembo a 60 kilómetros de Beni. Ahora tiene cinco hermanos e irá a la escuela básica de Bakita. El joven cura tendrá que reunir dinero para mandarle cada mes. Pero lo más difícil ya está hecho.

      Ángela volverá hoy del colegio a casa y encontrará una familia, una cama propia y un hueco para su ropa y sus libros. Pasará las vacaciones con su "abuela", la madre de Kambale. Y este, a quien sigue llamando papá, irá a visitarla tanto como pueda. Ya con la tranquilidad de que Ángela tiene a diario el calor y el cariño de un hogar.




   





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jueves, 26 de enero de 2017

INMIGRANTES III: EL VIAJE DE OURI, UN VUELCO INESPERADO

Uri, contento de estar en España

Ouri pasó de estudiar francés en Gambia a arriesgar su vida cruzando el mar



    Ouri vio cómo un amigo suyo se tiraba al mar por miedo a morir de hambre y sed en la patera. Nunca pensó que él llegaría vivo a España. En realidad nunca pensó que iniciaría el viaje a España.  Ahora, como muchos inmigrantes, no se quiere ir de aquí.

     Es guineano y estudiaba francés en Gambia cuando su vida dio un vuelco. Su familia no podía seguir pagando sus estudios y un conocido le habló de Europa. No le enganchó. No le había ido tan mal hasta ese momento y nunca pensó que le hiciera falta arriesgar la vida para mantenerse a flote.

  Ouri es tímido. Serio aunque con rostro sosegado. Trabaja y escucha. Escucha y trabaja.  Pero sólo interviene si se le pregunta. Y habla bajo. Cuenta su historia sin apenas alterar el tono de voz. Solo cuando la he escuchado entera me doy cuenta de su intensidad, del mérito de Ouri y de que merece la pena contarla a quien quiera escucharla.

Quitando malas hierbas
       Su “viaje” empezó en 2002, cuando aprendió lo que significaba buscarse la vida. Su familia, en Guinea, necesitaba ayuda y él dejó de estudiar para ponerse a trabajar. Primero en Basse, (al este de Gambia) y luego en Banjul de vendedor ambulante.  Cuatro años parcheando y resistiéndose a creer en lo que le parecía una leyenda: “En Europa se gana dinero”, “En Europa se trabaja menos”, “En Europa se vive mejor”.

       No sabe explicar cuándo ni por qué cambió de opinión. Quizá fue la insistencia de amigos y conocidos, el cansancio o la necesidad de evolucionar. Pero un día se montó en un coche que le llevó a Ziginzhor, Senegal. Había dado el primer paso.

       “En Ziginzhor hay un chico que acumula gente en una casa”, me cuenta, “Y desde allí un conocido llevaba gente poco a poco a otra localidad a montar en barcas”. Se gastó todos sus ahorros conseguidos en Gambia, 700 euros, en un pasaje en una patera grande. “Antes de irme llamé a mi hermano y me dijo que tenía que decírselo a mi madre, que a una madre hay que decírselo todo”, relata. “Yo no me atrevía pero la llamé. Ella me dijo que tuviera cuidado: que Dios te bendiga, hijo”.

Preparando la tierra para plantar
    Tuvo que esperar dos pateras y por fin, en la tercera, tres días después,  se  montó. “ Íbamos muy apretados, dormíamos en el suelo, no nos podíamos ni mover”.  Navegaban por caminos por los que no había vigilancia, capitaneados por quien dedica su vida a enriquecerse transportando a inmigrantes desesperados.

    “Íbamos sentados pero casi de rodillas para que no se nos viera mucho porque éramos muchos. Íbamos 79, muchos más de los que debíamos”, recuerda.  “Nos daban comida y agua y nos dijeron que en siete días llegaríamos a España”.

     Pero el miedo y la angustia empezó a apoderase de muchos de ellos cuando, llegada esa fecha, no veían atisbo de tierra. “La gente empezó a gritar, a desesperarse. Queríamos llegar a tierra, la que fuera.  Me encontraba débil, la comida empezó a escasear, solo quedaban galletas".

    Fue entonces cuando su vecino en Guinea y compañero en Gambia reventó. “Una noche oímos un golpe seco sobre el agua. Nos dijeron que era un bidón”, cuenta, visiblemente tembloroso. “Estábamos tan hacinados que por la noche, con todo el mundo tumbado, no se podía andar. Así que lo dejamos. Nos dimos cuenta al día siguiente de que faltaba Musa”, sigue. Después de una pausa, continúa. “Tenía miedo al agua, no aguantó los nervios y se suicidó”.

     Decido no preguntarle nada… ¿Qué decir?  Él mismo me interpreta y me dice: “Yo me asusté mucho porque pensé que a mí me podía pasar lo mismo, realmente lo pensé y yo no quería morir.”

    Fueron tres días en los que Ouri no pensó en nada, solo esperó. Y de repente la patera se acercó a tierra. La guardia costera española les condujo al puerto de Tenerife. 

      Su historia, tal como la cuenta, termina ahí. Lo que vino después no parece importarle a pesar de no haber sido fácil.  Un mes en el campamento militar, viaje en avión a Madrid, en autobús a León. Ayuda de varias asociaciones para encontrar algún familiar en España. Varios años en Málaga trabajando de vendedor ambulante. Varias detenciones y, en cada una de ellas, la pérdida de todo lo que tenía ahorrado. Otra asociación que le da una oportunidad en Cataluña, y al final, a Madrid.

     Ha trabajado en el Huerto de Hermana Tierra durante unos meses, por primera vez con un contrato. Ahora él arranca el año buscando un nuevo destino. Pero se siente seguro y ayuda a su familia. Como la mayoría de inmigrantes africanos, se ha llevado una decepción en España. El Sueño, el que él nunca tuvo, no se ha cumplido. Pero Ouri está contento y es capaz de dejarte buen sabor de boca con su expresión afable y serena. La que le han dejado años de lucha y ganas de sobrevivir.
    














sábado, 3 de diciembre de 2016

HISTORIAS DE DISCAPACIDAD: COSER Y CRECER


En la puerta de la casa donde cosen

Nueve mujeres y un hombre, afectados por la polio, luchan por salir de la extrema pobreza cosiendo


    Hoy  están    de   fiesta, es  su  día;  el    Día Internacional  de la Discpaciadad. Pero cuando vamos a hacerles una foto hay algunas que  no quieren salir. Les da vergüenza. No se aceptan como son. 

    Nunca es fácil admitir las limitaciones -en ese caso físicas-, pero cuando estas te impiden salir adelante y nadie se preocupa por ello, parece insuperable.

   Son un grupo de nueve mujeres y un hombre, todos ellos afectados por la polio. Tienen deformidades en brazos o piernas. Dos de ellas, Anastasie y Jeannine, se quedaron ciegas. Viven en una zona rural de Kivu Norte, en la RD de Congo. La mayoría son madres solteras, a las que ningún hombre se acerca si no es para un desahogo sexual. 

     No pueden trabajar en el campo, donde se ganan la vida las mujeres de su entorno. Ninguna tiene estudios. Por tanto, ¿qué hacer para sacar a sus hijos adelante?

       Lo primero, unirse. No estar solas. Lo segundo, compartir lo que saben unas y otras para dar con una idea que les permitiera ganarse la vida. Una de  ellas, Adolphine, sabía coser y esa fue la semilla de su proyecto. Comenzaron a hacerlo en conjunto, alquilando una máquina para todas y usando telas e  hilos de su casa. Se hicieron con algún cliente. Y la rueca comenzó a moverse.
Tres de las mujeres con la única máquina que tienen

    Reuniéndose en casa de una de ellas, poco a poco han ido tirando del hilo.   Pero son conscientes de que necesitan crecer. Ganan demasiado poco para todas. Han llamado a muchas puertas para pedir ayuda, inversión para comprar máquinas  y material para todas. Casi todas cerradas. En la de KIVUAVANZA han encontrado una esperanza y ya tienen una máquina propia, pero necesitan más.

       Es su proyecto, su esfuerzo y su afán de superación. No quieren que nadie les regale nada, no quieren que nadie haga su trabajo. Solo quieren ayuda para montar un negocio y CRECER COSIENDO. 

       Probablemente con más estabilidad puedan empezar, además, a aceptarse como son. Y sentirán que su discapacidad es quizá peor que la de otros, o mejor, quién sabe. Pero al fin y al cabo, que es solo eso, una limitación que hace más dura la ruta, pero que no impide llegar a la meta.

AYÚDALES A CRECER COSIENDO:  www.kivuavanza.com 
    

lunes, 21 de noviembre de 2016

INMIGRANTES II: YUSUF, SIETE INTENTOS Y VARIAS PALIZAS PARA LLEGAR A ESPAÑA

Yusuf en un descanso de su jornada en el Huerto

Tardó un año en alcanzar el`sueño europeo´

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"Me dijeron que aquí se trabajaba tres meses y el resto del año se vivía de lo que se había ganado"


  Yusuf tose de vez en cuando, entre risa y risa. Ha cogido un resfriado y cuando termine su jornada irá al médico. Es lo mejor que le ha pasado en años; estar malo y tener a donde acudir, posibilidad de medicinas y una casa donde reponerse, su piso compartido en Madrid.

    Me ofrece sandía orgulloso de su color, el de la sandía, un rojo intenso que contrasta con el marrón oscuro de su piel. "Está muy buena, toma más", me dice. Y con sus inmensas manos corta las rodajas antes de que yo pueda contestarle. Mientras charlamos le ayudo en el huerto de Hermana Tierra, la ong para la que trabaja.

      Yusuf es de Mali, nació en Ségou , pero vivió mucho tiempo en Mopti, "Allí había mucho miedo, luchas, guerra, no se podía trabajar", me cuenta.  ¿Por qué?", le pregunto.  Y pasa veinte minutos tratando de explicarme el problema de su país. Independentistas, terroristas, rebeldes...Mezquitas y restos históricos -como Tombuctú-destuidos. Muchas muertes. Un remolino de nombres, intereses cruzados y lazos entre quien ataca y quien pretende defender. 

     Es uno de tantos conflictos africanos que hacen que alguien como Yusuf se precipite a un abismo sin ninguna protección con la esperanza de caer en algo mullido. 

Yusuf, en el suelo, plantando verduras
 Yusuf pagó parte de sus ahorros por una plaza en un coche y llegó hasta la frontera con Argelia. De allí, andando a escondidas, hasta el país vecino.  "En Argelia saben que la gente de Mali", dice,"huye de la guerra, y  nos dejan entrar". "Encontré a alguien de mi país que me aconsejó registrarme en una comisaría y me acompañó. Apuntaron mi nombre y me dejaron una habitación durante un tiempo". 

     Hasta ahí todo más o menos fácil. Pero de repente, escuchando cuentos de hadas, empezó a soñar con Europa y la ilusión el caló en los huesos. 

   "Me contaron que aquí se trabajaba tres meses y el resto del año se vivía de lo que se había ganado (...) Yo solo sabía que había que ir a Marruecos, no que después había una valla que no se podía saltar" dice riendo como quien ha cometido una travesura.

   Junto a nueve personas pagó con sus ahorros a un guía que les llevara por el monte hasta Marruecos; había que hacer la ruta por la noche. Fue cuando empezó a pasar miedo.  "Yo sabía que en Argelia si eres de Mali no te hacen nada....pero en Marruecos no es así"...Ni recordando las palizas que le dieron una y otra vez deja de sonreír. 

Yusuf recuerda tranquilo su entrada en España
    Su relato empieza a impactarme y me equivoco con una planta, la arranco como si fuera una mala hierba....Yusuf se da cuenta y me sonríe..."Esa no", me dice, "no pasa nada, yo la vuelvo a plantar" Y sonríe de nuevo para seguir contando. 

      "Llegamos a un punto donde pudimos coger un tren de mercanías.  Escondidos en un vagón abierto por arriba llegamos a Nador (...) pero tuvimos que bajarnos antes de la última parada y salir corriendo con el tren en marcha (...) A algunos los detuvo la polícía marroquí, a mí no. Yo corrí mucho y conseguí subir a la montaña (...) allí hay mucha gente que te ayuda; te da pan, agua, leche..."

    Fue entonces cuando llegó la hora de abordar el mar. "La patera grande costaba 1.000 euros", recuerda, "yo no tenía ese dinero, así que le dimos dinero a un chico de Marruecos, 200 euros cada uno, y nos metió en una patera inflable, sin motor. Había que remar mucho", recuerda.

    "¿No te planteaste volver a casa?", le pregunto . "Era mi sueño", me contesta convencido. Y sigue.  "Nos montamos en la patera por la noche. Cruzamos hasta salir al mar, pero cuando faltaba poco para llegar a Melilla la guardia costera española nos detuvo y nos entregó a Marruecos".

    Esa fue la primera vez que Yusuf volvió a la casilla de salida. Le mandaron a Argelia, donde casi le detienen porque había perdido los papeles.  Fue solo la primera de las siete veces que intentó llegar a Europa. "Me detuvieron en el monte, en la valla, en la ciudad...varias veces". Las consecuencias las notó en sus huesos. Recibió palizas y amenazas físicas.

     "Tres veces compré el pasaje en la patera, luego ya no tuve más dinero e intenté saltar la valla (...) Lo conseguí a la cuarta". Y acto seguido me me enseña cicatrices que corroboran su esfuerzo y su tesón. 

     "Cuando lo conseguí eran las cinco de la madrugada. Pasé a Melilla corriendo y me escondí en unos arbustos". Recuerda con cariño a las señoras que le vieron y le recomendaron ir a la Policía Nacional. "Tuve miedo porque ellas me hablaron en francés  y pensé que podían ser de Marruecos. Pero no. Me ayudaron, me acompañaron ....Ese dia entramos muchos por la valla".

Con su gorro de paja se protege del sol
     Era el 7 enero de 2013, había pasado un año desde que salió de su pueblo..."Tuve suerte", me dice, "conocí gente que llevaba más de siete años intentando entrar". 

    En este punto su rostro se relaja aún más. Y recuerda que estuvo tres meses en el Campo de Refugiados con tres pantalones y seis camisetas. "Me cuidaron", me dice. 

     En tres años, hasta hoy, han sido distintas asociaciones las que se encargaron de ofrecerle salida en España. "Nos dieron billetes de barco para Málaga, nos llevaron en autobús a Cádiz y nos buscaron una habitación. Luego a Sevilla y a Barcelona. Finalmente, terminé en Madrid". 

     Aquí termina su pesadilla. Ahora tiene un contrato con un sueldo estable. Amigos y compañeros con quien comparte su día a día. Ha localizado a su familia y habla de vez en cuando con ellos por skype.  Quiere quedarse en España y casarse aquí. "No es como yo pensaba, pero es mejor que mi país", asegura. Se ha dado cuenta de que su sueño era irreal, pero sabe que fue creer en una ilusión lo que le hizo perseverar a pesar del miedo y las penurias.

     Llevamos tres horas juntos y apenas ha interrumpido su relato tres o cuatro veces. Trabaja tanquilo y ríe. Ríe mucho. Quien le conoce más me asegura que es un hombre bueno, que no guarda rencor a pesar de lo que ha vivido. Sabe que hay ir soltando lastre para poder avanzar. 


INMIGRANTES III: EL VIAJE DE URI


jueves, 20 de octubre de 2016

INMIGRANTES I: `HERMANA TIERRA´, CULTIVAR PARA INTEGRAR

  

Yusuf en el huerto de Hermana Tierra

Yusuf y Uri, por fin estables, cultivan verduras ecológicas en El Pardo


    Comemos juntos sandía y pepino crudo a la sombra de un pequeño tejado. Son las 12 del mediodía de un día caluroso. Aprieta el sol.

 Junto a nosotros, Anne, una estudiante americana que pasa dos semanas solidarias en este proyecto de tres ONG: Apoyo, AFAS y Sercade.

     Con un gorro de paja, esa mañana Anne y yo estamos ayudando a quitar malas hierbas de los puerros que empiezan a crecer. Ella no sabe español. Ni Yusuf ni Uri hablan inglés. Pero me doy cuenta que se entienden y se ríen durante las siete horas que dura su jornada en el Huerto Hermana Tierra.

Uri protegiéndose del sol
     Uri y Yusuf son africanos, inmigrantes en nuestro país. Su historia, como la de tantos otros, se pierde en el aluvión  de cifras, imágenes, titulares y olvidos que nos deja la inmigración irregular. 

     En 2015, según el Defensor del Pueblo, fueron 16.900 las personas que entraron sin papeles en nuestro país, que se suman a quienes desde hace tiempo viven aquí en situación irregular. Solo el año pasado la Policía detuvo a más de 36.000 inmigrantes por no tener documentación en regla y violar la ley de extranjería. Aproximadamente un tercio fueron expulsados. El resto, mal o bien, siguen aquí.
      
Yusuf, Anne y Uri descansando
     Yusuf, y Uri también forman parte de ese grueso de rostros desconocidos que lucha por salir adelante lejos de su casa. Son dos de los tres inmigrantes que sacan adelante el huerto de los Capuchinos en El Pardo. Un terreno de dos hectáreas abandonado durante años en el que hoy crecen calabazas, acelgas, puerros o pimientos. De él se nutren muchas familias madrileñas.

     Es un proyecto de inclusión social y agricultura ecológica dedicado a jóvenes con escasa cualificación, me explica Inma, su responsable. "Nos permite formarles y ofrecerles a la vez un empleo estable y digno".

      Inma no pierde la sonrisa, casi nunca. Acostumbrada a palpar los problemas sociales, este proyecto le ilusiona. Poder ofrecer tres contratos con un sueldo digno a inmigrantes es una gran victoria. El huerto  es grande y necesita más manos. Cuentan con la ayuda profesional de un experto y con la colaboración desinteresada de voluntarios que van y vienen. El proyecto tiene capacidad para crecer, hay mucho terreno que cultivar y no faltan inmigrantes a los que ayudar.  Pero cada paso es costoso.

Yusuf bromea con Uri
      Yusuf y Uri, junto a otro compañero que hoy maneja a lo lejos el tractor, preparan la tierra, siembran, cultivan, cosechan,  y recolectan. Un martes cada dos reparten por Madrid las cestas de verdura encargadas por particulares inscritos en el proyecto. 

     Yusuf es risueño, siempre con buen gesto. Bromea con Uri y consigue sacarle una sonrisa. Uri es más tímido. Está inmerso en el Ramadán, y a pesar del trabajo y el calor no come ni bebe nada en toda la mañana. Los dos viven en pisos compartidos y sienten, por primera vez en mucho tiempo, que pisan tierra firme. Vislumbran un futuro estable.

     Su sueño, la quimera europea, no se ha cumplido. Sin embargo, se sienten afortunados. Les ha costado mucho llegar hasta aquí, pero hoy tienen un contrato en su mano; un trabajo que les permite mantenerse, mandar algo de dinero a su familia y descansar. Después de años de amenazas y bajas expectativas. 

    España no es lo que ellos esperaban. Pero si les preguntas, primero sonríen a Inma y luego  te aseguran que no echarían marcha atrás. Sólo miran hacia delante. Las semillas han empezado a germinar y ellos, como la planta que empieza a nacer, saben que para seguir creciendo siempre hay que dirigir la mirada a la luz.

Si quieres ayudar:  www.huertohermanatierra.org


Próxima historia: `INMIGRANTES II: Yusuf, siete intentos y muchas palizas para llegar a España

miércoles, 24 de agosto de 2016

MUJERES PRESAS III: BRENDA, UNA SONRISA QUE TODAVÍA DUDA


Sabía lo que hacía, se arriesgó y perdió la libertad.

Hoy se aferra al futuro sin mirar atrás


    Quisiera llamarse Brenda y así se llama en esta historia. La suya, la de una mujer llena de energía y de deseos. La de una mujer que ha visto cómo la vida se desvanecía y se derrumbaba como una montaña de arena, borrando poco a poco los trazos de sus proyectos. "Fue mala suerte", me dice nerviosa. 

    Le propongo dar un paseo después de nuestra charla y Brenda duda. Me mira fijamente con los ojos llenos de expresión, enormes, con la pupila brillante. Desde pisó la cárcel se ha vuelto temerosa. "Yo voy a bajar de todos modos a coger mi coche", le digo, "¿quieres que bajemos juntas?". "Vale", me contesta bajito.

    Cogemos el ascensor, le alabo el pelo rojizo, largo y rizado. ¿"Tú crees que podrías conseguir que yo lo tuviera así?", le digo en broma mientras miro mi melena corta, lisa y rubia reflejada en el espejo. Y consigo que se ría abiertamente. "No creo", remata.

     Brenda es peluquera. Me ha contado que vino de  un país africano junto a su marido. Recaló en Barcelona y le iba bien haciendo trenzas y peinados africanos en la calle y a domicilio. Tenía sus clientes. Pero necesitaba más dinero para mandar a casa. Y se arriesgó.

    "Alguien me dijo que era muy fácil", cuenta, "solo tenía que venir a Madrid, coger una bolsa y volver a montarme en el autobús para Barcelona". Sabía que llevaba droga, aunque no exactamente qué era ni para quién. "Lo hice en secreto, no se lo dije a mi marido porque sabía que no le iba a gustar".

     Pero las cosas no salieron como pensaba. Entró la policía en el autobús, le miró la bolsa y todo se acabó. "Pasé la noche en el calabozo del aeropuerto, después a los juzgados y de ahí a la cárcel de Meco".

     Ahí es cuando se emborrona su lienzo. "No conseguí hacer amigas", me dice. Y yo me sorprendo. Su simpatía es evidente. Su alegría, su sencillez y su naturalidad cautivarían a cualquiera. "Era yo la que no quería salir de la celda. Las vigilantes me animaban, pero a mí me parecía increíble que las otras presas tuvieran ganas de charlar o hacer fiestas. Yo sólo quería salir de allí. No tenía sitio para nada más."

    Su paso por la cárcel es un agujero oscuro, sin principio y sin fin. Un pozo de soledad y espera. Día tras día. Su sonrisa huyó pronto. Se escondió miedosa de perderse para siempre. Su marido se enojó y no quiso saber nada de ella. No la visitó. No le mandó paquetes. No la esperó. Se fue.

     La Brenda que yo conozco, a punto de conseguir la libertad condicional, ha recuperado ya un hilo de luz. Con tan solo ese haz ya sonríe a menudo, aunque sea nerviosa. Habla con frescura y me cuenta su historia sin reparos. Recibe la ayuda de las educadoras sociales de ACOPE con confianza, con agradecimiento. Y responde con ilusión. Espera conseguir clientes nuevos y hasta su propia peluquería. Y ha dado el primer paso; ha hecho sus tarjetas de visita por internet.

    Pero todavía duerme miedosa de su propia libertad cuando está de permiso. Año y medio de internamiento es capaz de apartar de un empujón toda una vida de libertad. Y manda la confianza muy lejos. Brenda va ya en camino de recuperarla. En su espalda, una mochila llena sueños, de convicciones y de esperanzas. Ni un recuerdo. Ni una mirada atrás. "No ha pasado. Esto no ha ocurrido y por eso no lo pienso", murmura segura. 

     Solo piensa en su presente. Maneja las llaves del piso de la asociación donde vive durante el día nerviosa. Pero las agarra con fuerza. Son suyas. Ella decide cuándo abre y cuándo cierra. Le falta adivinar cuál es la maestra. La que le permitirá rescatar a la Brenda que siempre fue y se esfumó por cometer un error. Su mirada me hace estar segura de que pronto lo conseguirá.

Si quieres acompañar a personas como Brenda: ww.acope.es