domingo, 13 de diciembre de 2015

ÁFRICA IV: RELATO DE UN MINUTO

    
Las hermanas Oblatas de Beni, RDC

ESPERANZA Y SUS HERMANAS, EL PODER DE LA ALEGRÍA

    Un minuto. Es lo que tardé en girar 360 grados. Y sin marearme. De la forma más natural. Tan sólo un minuto. Se me aclaró la vista y expulsé de golpe todo el miedo y el temor. Dejé de ver borroso a pesar de que mis ojos soportaban ya difícilmente el sol blanquecino que luce en el  Ecuador. Fue cuando apareció el autobús. Y surgió la carcajada más amplia de mi vida. Todo en un minuto.

    Estamos en algún punto de la carretera que desde Uganda se adentra en la República Democrática del Congo, a pocos kilómetros de Lume, en Kivu Norte. A un lado selva, al otro también. Y nuestro coche estropeado. Se ha quedado ya dos veces sin gasolina durante el camino pero esta vez sale humo del motor. Se acabó, no hay posibilidad de seguir. Allí, tirados, un religioso congoleño, dos mujeres blancas, una anciana enferma de malaria y un conductor local. 

   Se me agolpan en la cabeza todas las advertencias de un diplomático español poco antes de iniciar el viaje: "Los españoles somos dinero para las guerrillas de Congo", "saben que pagamos los rescates", "Pero ¿ a qué vais allí? ¿otro viaje de turistas solidarios?", "No sabéis donde os metéis"....Mis tres hijos no paran de venir a mi mente, jugando, inocentes, a más de 8 mil kilómetros de distancia.

   "No pasa nada, vienen a recogernos las Hermanas del hospital de Beni", me dice mi amigo el cura, "pero pueden tardar...con esta carretera....". No sé cuánto tiempo pasó; mucho, supongo. Nervios, control, enfado, desesperación, vuelta al control y vuelta a la desesperación.

      Mi cabeza es un hervidero, el calor y la falta de agua no ayudan y trato de distraerme hablando con nuestra acompañante enferma. Hago como que la calmo pero en realidad no es ella la que tiene miedo. Ella está en su tierra.

     Y de repente, en cuestión de segundos veo una nube de polvo a lo lejos. "¡ Ya llegan !" grita alguien. Entorno los ojos y distingo una furgoneta que se acerca...va llena de gente...¿dónde nos vamos a meter?, pienso, agobiada.

   Pasan otros segundos hasta que el vehículo nos alcanza y se para. Me vuelvo y veo que nuestro conductor se ríe, no entiendo por qué. Me faltan otros segundos para comprenderlo...Los que tardan siete  monjas en bajar, ataviadas con trajes de colores -los que usan para fiestas-, maracas y un djembé o tambor africano . Ellas también se ríen.

     Yo miro a mi amigo, "¿Qué hacen?, vámonos ¿no?. Pero lo digo sin mucha convicción porque la música ya ha empezado a sonar. "Antes tienen que daros la bienvenida", me frena. Y no le oigo más porque están agitando las maracas a toda velocidad. En los segundos que quedan para que se cumpla el minuto  empiezan a bailar y cantar. En medio de la carretera, en medio de la selva. No hace falta más para que todo mi temor desaparezca y me entre la risa. A borbotones. Se me saltan las lágrimas de alegría. Tengo el trípode en la mano y la cámara colgada al cuello; con todo, me pongo a bailar con ellas. 

     Ya no me importa el coche, ni el calor y tampoco los guerrilleros. Sólo las miro y comparto su alegría. Me siento feliz de estar allí, con Espe y sus hermanas. 

    Son divertidas, valientes, fuertes y sinceras. Son generosas y desprendidas. Todo lo celebran, cada día es un milagro para ellas y así se lo demuestran a quienes tienen la suerte de tenerlas cerca. Gestionan un hospital, un colegio y un orfanato en una de las zonas más deprimidas del país.  Ponen en riesgo su vida cuando hace falta. Y todo lo hacen con una sonrisa. 

    A mí, que lo tengo todo, fueron ellas, que no tienen nada,  las que me dieron lo esencial: la fuerza de la risa. En tan sólo un minuto. Y como a mí, se lo dan cada día a enfermos, huérfanos o personas necesitadas. Por eso deberían ser noticia cada día. Por eso les dedico una de mis historias. 

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