viernes, 1 de enero de 2016

ÁFRICA V: EL MEJOR REGALO DE REYES PARA HILAIRE



Hilaire
NACIÓ Y NADIE LE QUISO, AHORA LE QUEREMOS SIN CASI CONOCERLE

         Él no lo sabe todavía. Sigue jugando, a menudo solo, en el jardín del orfanato. Ajeno al regalo que este año le traerán los Reyes Magos. Esos que por ser magos llegan, aunque cansados, a todos los rincones del mundo. Con muchos juguetes o con un saco ligero pero lleno de ilusión, da igual. Llegan y eso es lo importante. Y para Hilaire traen este año algo invisible, que hasta podría perderse en el tropiezo de un camello. Pero que le acompañará toda su vida. 

    Hilaire tiene tres años. Le conocí sin saber que era él. Los veinticinco niños del orfanato de Beni se agolparon sobre nosotros cuando llegamos a visitarles. Todos cantaron y bailaron, mirándonos con curiosidad y sorpresa, todos querían tocarnos y salir en mi cámara. Todos. O eso creía yo.

    A la mañana siguiente de nuestra llegada, en medio de su baño matutino en un barreño del jardín, un niño con cara extraña y desconfiada se acercó a mí. Tocó la cámara, siempre colgada de mi cuello, con miedo. Me miraba serio pero con una expresión relajada en sus ojos. Me quedé quieta y le dejé jugar con el objetivo. La cuidadora del  orfanato, mientras peinaba a tres niños a la vez, me gritó: "Ayer no quiso acercarse a ti. Tenía miedo. Aquí, en Congo, todavía hay gente que cuando quiere que los niños hagan algo les amenaza con que viene el hombre blanco". 
La mano de Hilaire

     Miré a Hilaire con toda la dulzura que conseguí desprender. Me agaché. Puse su mano sobre la mía e hice una foto. Le senté en mi regazo y le enseñé el resultado en la pantalla de la cámara digital. No dijo nada, sólo me miró. Se bajó, me volvió a mirar y me dio la mano. No me la soltó hasta que no tuvo más remedio. 

     Días después olvidé este episodio y casi también su rostro.

     Hasta mi vuelta a España. El amigo con quien había viajado a Congo me dijo que estaba pensando en adoptar a Hilaire. "¿Quién es Hilaire?", le pregunté. Cuando me lo señaló en la foto entre el resto de niños enseguida me vino a la mente su rostro, su seriedad y lo fuerte que me agarraba la mano. 
Hilair, el primero por la derecha, en el orfanato
    Entonces supe toda su historia. Nació en la selva del noreste de Congo sin ser querido, fruto de un amor furtivo y probablemente obligado. El padre nunca quiso saber nada de él. La madre tampoco. Quien le ha cuidado hasta ahora sospecha que esta intentó abortar. Pero no lo consiguió y lo abandonó en una basura. Alguien lo encontró y lo llevó a la policía, que lo dejó en el orfanato y buscó a la madre. La encontró y la encarceló: abandonar a un niño también en el Congo es delito. En la cárcel de mujeres se perdió su pista. Probablemente se escapó y se esfumó. Pero nunca fue a buscar a Hilaire. 

    Buscar a sus abuelos maternos les ha costado a las cuidadoras del orfanato una amenaza de muerte. "No queremos saber nada de ese niño, nada que nos recuerde a él. Si lo llegan a traer con ustedes les matamos a todos. Por nosotros pueden dejarle morir". Esa fue la clara y escalofriante respuesta con la que se encontraron después de atravesar todo tipo de peligros para encontrarles.

     Pero Hilaire no puede seguir en el orfanato de por vida. La mayoría de los niños lo abandonan antes de los 4 años, bien porque aparece algún familiar lejano o bien una familia adoptiva. Pero nadie ha preguntado nunca por Hilaire, no despierta simpatía. No deja que se le acerquen fácilmente, tiene miedo de su entorno. 

     Lo que no se imagina Hilaire es que su historia va a tener un final feliz. El Tribunal de Hikaire está a punto de resolver su futuro. La familia de mi amigo va a ser pronto su familia, que paga un dinero que no tiene para acogerle. Y lo que no se imaginaba mi amigo es que  Hilaire, sin envoltorio ni lazo, es su deseo cumplido para el nuevo año.

    La foto de la mano de Hilaire junto a la mía me acompaña donde voy desde que volví de Congo. La tengo en mi ordenador, en mi móvil, en mi blog. Ahora sé por qué. Su ternura al agarrarme y confiar en mí fue el regalo que Melchor, Gaspar y Baltasar me dejaron por adelantado. 

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