jueves, 14 de enero de 2016

ÁFRICA VI: TUTAONA Y EL TIEMPO AFRICANO

Tarde a orillas del Lago Victoria, en Uganda
¿ESTRÉS? ¿ES UN NOMBRE DE CHICA?

Fue lo que me contestó Maturate, una madre ugandesa, cuando le pregunté si conocía esta palabra.

      Vas por cualquier parte del noreste de la República Democrática del Congo y te encuentras un puesto de gasolina; una tabla de madera horizontal apoyada sobre dos verticales. Varias botellas de plástico rellenas de un líquido amarillo. Y a su alrededor cinco, o seis, o siete jóvenes. Y quizá un par de chicas charlando. Pasas dos horas después y la escena es la misma.
     En Kampala, en el barrio Ave María, hay un puesto de internet. Es una pequeña habitación con dos tablas de madera corridas y cuatro ordenadores Spectrum de los años 80. A sus puertas, al menos seis hombres miran al infinito. Por la tarde, siguen allí, quizá mirando al lado contrario.
     El tiempo en África no tiene un principio ni un fin. Es como una goma que se estira y nunca se rompe. Cada uno lo maneja a su antojo. Los horarios allí sí que son flexibles. Uno fija una cita pero el momento en que esta realmente se produce es siempre aproximado.
    En el afán, supongo que europeo, de hacer planes uno llega allí y trata de establecer una agenda, para que te cunda el tiempo, para aprovechar cada minuto.  
   "¿Qué hacemos a primera hora?" "¿Y después?", preguntas para organizarte.
    "Podemos pensarlo", recibes por respuesta.
   "Pero entonces, ¿mañana solucionaremos lo del coche?", vuelves a preguntar...
    Su respuesta: silencio.
    "¿Si? ¿Lo solucionamos mañana después de llamar al conductor?", insistes.

 Y tranquilos, con media sonrisa, sentencian con un "TUTAONA" mientras pelan tranquilamente un plátano dulce.
    "¿Qué?", empiezas a ponerte nerviosa. "¿Sí o no?  ¿Tendremos coche para ir a hacer la entrevista? ¿Preparo la cámara?"
    Con el trozo de fruta en la boca, y si cabe más despacio, repiten "TUTAONA...".
    Tú no quieres saber ni siquiera qué significa esa palabra. ¡Sólo quieres organizarte!. "¡Será posible!", piensas. "Es que vamos  a perder el tiempo…, cuando queramos cerrar el trato con el conductor, ya tendrá otros compromisos". ¡¡¡ Arghhhhhh !!!
     Pero de repente, mientras ves la cáscara del plátano caer a cámara lenta al suelo, tu mente se para, fijas la mirada en quien tienes enfrente y preguntas. "¿TUTAONA? ¿Pero qué demonios es eso que repetís a todas horas? ¿Es una hora del día?".  "YA VEREMOS, Marta. Significa YA VEREMOS". 

    Y entiendes que el ritmo en África no es el tuyo. El día no tiene fin, la noche tarda más en llegar, los comercios no tienen horarios estrictos... "Cerramos cuando deja de venir gente", me dice sonriendo la dueña de un minimarket. Las horas son esponjosas y las manejan a su antojo como si jugaran con ellas. 
    Mi sorpresa por esta calma aumentaba por días, se me fue pegando y por más que me lavaba no conseguía quitármela. Su efecto era parecido al de una droga, entre nervios y fascinación. Hasta que se metió dentro de mí. Entonces desaparecieron mis dolores de cabeza.
Maturate y su hija Sonia

     El día que eso ocurrió salí a disfrutar de mirar al infinito por un suburbio de Kampala. Maturate, una madre de cuatro niños menores de 6 años lavaba la ropa de todos ellos en un barreño en el suelo de tierra. Un crío pegaba al otro, el más pequeño comía barro del suelo lleno de basura y la otra trataba de pisar a la gallina que probablemente les daba los huevos para la cena. 


      "Maturate, ¿tú sabes lo que es el estrés?", le pregunté. 
     "¿Estrés?", repitió. "¿Es un nombre de chica en tu país?". Y sonrió. Siempre sonríen.

    ¿Alguien en Europa no sabe lo que es el estrés? Aun siendo una enfermedad, ¿no hemos llegado a convivir con él con absoluta normalidad?

    Quizá deberíamos darle un poco más de  cancha al " TUTAONA". No es una persona, ni tiene una vida trágica, no necesita dinero ni nuestra ayuda. Es un concepto  y es valioso. En este caso, es él el que puede ayudarnos a nosotros,  que lo tenemos todo. O casi todo. 

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