domingo, 5 de junio de 2016

MUJERES PRESAS I: LA CÁRCEL, UN TRAUMA PEGADO A LA PIEL


Las rejas no marcan toda la diferencia
Acompañar a las presas es casi más necesario fuera que dentro de prisión

     

      No siempre salir de la cárcel les da la LIBERTAD. Vivir durante tres años en un centro penitenciario (condena media por un delito de tráfico de drogas) marca la piel con tinta indeleble. Y surca la mente con rastros que llevan a lugares escondidos de la memoria consciente. Pero que de vez en cuando escupen recuerdos amargos.

      “Salen hundidas”, me asegura Raquel, educadora social de ACOPE (Asociación de colaboradores con las mujeres presas). “Están muy deterioradas, hay que recolocarlas y enseñarles a lo que se exponen en el mundo exterior”.
           
            En la cárcel el régimen es estricto. Salen más o menos horas de la celda dependiendo del delito que hayan cometido y de su comportamieno.. En el mejor de los casos pueden asistir a actividades regladas, como costura, aerobic, talleres de informática. Y una minoría tienen un destino, es decir un trabajo dentro de la cárcel por el que les dan unos euros al mes.

      “Otras están en el patio o en la sala común, viendo la televisión, jugando a las cartas, comiendo pipas o trapicheando con lo que les traen sus visitas….Hay cosas que los funcionarios permiten para que ellas estén tranquilas”, me explica Silvia, una voluntaria ACOPE que lleva años visitando tanto Meco como la cárcel de Brieva.

Allí no se recuperan de los problemas que les han llevado a delinquir”, dice. “Si tú a una drogodependiente la dejas sola durante todo el día en su celda sin salir nada más que unas horas, ese es un castigo sin refuerzo positivo”·

Raquel, educadora social
Silvia colabora en un vivero en Meco, en el que las presas reciben formación y una pequeña beca . “El vivero les da habilidades que en muchos casos no tienen y les obliga a responsabilizarse. Les estructura su tiempo y están a gusto porque no hay funcionarios vigilando”.  En el módulo se sienten “permanentemente observadas” y eso “les va restando autonomía y les va deteriorando”.

El resultado: quieren salir de prisión pero cuando lo hacen la inseguridad les bloquea. “Les cuesta, lo pasan mal” y “ha habido hasta quien ha vuelto a delinquir para regresar”.

Raquel es una de las educadoras que les acompaña en el piso que esta asociación tiene en un barrio a las afueras de Madrid. Allí acogen a presas que no tienen familia durante los permisos, el tercer grado o la libertad condicional. Presas con las que han trabajado previamente en talleres de autoestima en prisión.  

 “Cuando salen”, me cuenta Raquel, “muchas se sienten una fatal por lo que han hecho”, explica, “y es aquí donde empiezan a aprender que no son tan malas”.

  “Aquí duermen, cocinan lo que les gusta y se tiñen el pelo”, relata,“pero a muchas hay que enseñarles hasta a hacer la compra, no saben”. “Tampoco saben moverse por la ciudad, usar el metro o el autobús porque son extranjeras y las detuvieron en el aeropuerto”.

Brenda llama a su nueva casa
Brenda, senegalesa, y Fátima, marroquí,  son las mujeres presas que están hoy  en el piso. Fátma más mayor y marcadamente reservada. Brenda, joven y resuelta, pero precavida en su mirada. 
Las dos hablan bien de la que ha sido su casa durante los últimos dos años: el centro penitenciario de mujeres de Alcalá Meco. “Si tú no te metes en problemas, te tratan bien, yo me he hecho amigas”, dice Fátima con media de la sonrisa que merece una amistad.

Brenda la escucha, baja esos ojos tremendos que tiene y deja que los rizos caigan sobre su rostro para no tener que añadir nada. “Yo sigo pensando que todo esto es un sueño”, termina casi susurrando. “Mis primeros permisos fuera del ´chabolo´ no dormía en toda la noche”, me dice en voz muy bajita, “pasaba mucho miedo y no quería salir a la calle”.

Las dos están condenadas por tráfico de drogas y desde hace pocos meses disfrutan del régimen de tercer grado, paso previo a la libertad condicional. Ahora salen durante el día y duermen en un C.I.S (Centro de Inserción Social) que les adjudica Instituciones Penitenciarias.

Acaba de abandonar el piso una brasileña que ha terminado la libertad condicional y aparecen mujeres con permisos puntuales.

Efectos personales de una de las presas
 “Nosotros no les preguntamos por su pasado, no les atosigamos a preguntas. Nuestra idea es acompañar (…) y las dejamos, si pueden, que funcionen de forma autónoma”.

Ellas han llegado hasta donde han llegado por las circunstancias que les ha tocado vivir. Y se trata de mostrarles que se puede vivir de otra forma…teniendo en cuenta que su realidad, en muchos casos no es la nuestra”, dice Esther. “Yo acompaño, intento que nos riamos y que disfrutemos”.

Con Fátima le cuesta más conseguirlo que con Brenda, a pesar de que esta parece haber pasado peor el tiempo en prisión. Pero las risas de Brenda son de nervios; fuegos artificiales que terminan apagándose.
Me cuentan su historia de forma totalmente distinta. Merecen, cada una, otros cinco minutos solidarios. Las dos tienen una cosa en común: las dos quieren borrar los últimos años de su  vida.


Próximo post: MUJERES PRESAS II – FÁTIMA 




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