martes, 2 de febrero de 2016

ÁFRICA VII: PRISCILLA, ¿IGUAL QUE YO?


Con Priscilla en su casa de Kampala
EN ESPAÑA PRISCILLA SE SENTIRÍA COMO UNA PRINCESA


            «Quiero construirme mi propia casa », dice Priscilla, « por eso trabajo tanto ». Es el prototipo de mujer de clase media trabajadora y madre de familia, que cuenta con una chica para ayudarla en la casa.

            Podría ser yo. Pero en realidad está bastante lejos de ser así. La clase media ugandesa, asentada en ciudades, vive en casas de ladrillo. Tienen tejado  y pavimento en el suelo. Las puertas y las ventanas están cubiertas con una lona. Y tienen dos estancias : una sala-cocina, y una habitación.

            Priscilla vive  junto a su marido, sus seis hijos y un primo en Bwayiise, un barrio medio-bajo de las afueras de Kampala. Hasta que pueda mudarse, alquila dos casas juntas. Tiene un salón para visitas, con sofá y dos sillones. Una sala llena de cacerolas por el suelo, que hace las veces de cocina y guarida de los niños cuando hay visita, y dos habitaciones. En una duerme ella con su marido y con dos de sus hijos, el pequeño Kasereka, de 10 meses y el travieso Kambale, de 5 años. En la otra duermen el resto de los niños, Mbambu, de 7 años, Kavúogh, de 10, Kavirá, de 13 y Masika, de 16. Junto a ellos, el primo instalado en la casa.

            Ella es profesora. Trabajó durante tres años dando clase en un colegio en el distrito de Kasese, en la frontera con Congo. « Me gustaba », me dice, « pero no me pagaban y decidí dejarlo ».

Algunos hijos de Priscilla con amigos
            Fue entonces cuando su marido y ella se mudaron a la capital. Ella no encontraba trabajo y su marido decidió creárselo. « Montó un supermercado, y yo llevo la gestión y atiendo ». Está contenta, se le nota, pero me confundo al adivinar la razón. « Hoy no he ido a trabajar por vuestra visita y así también he podido ver a mis hijos », explica, « es que es su último día de vacaciones ».
« ¿Es que van a un colegio interno ? », le pregunto. «No », responde, « es que cada día yo salgo de casa a las 8 de la mañana y vuelvo a las 10 de la noche ». Y entiendo por qué el pequeño Kasereka se ha agarrado al pecho de su madre cuando hemos llegado y no lo ha soltado en las dos horas que llevamos aquí.

            Enseguida me vienen la cabeza los seis niños. « ¿Y tus hijos, qué hacen cuando vuelven del cole ? ». « Tengo una chica que me ayuda con ellos ». «No me queda más remedio , quiero dejar esta casa alquilada y tener mi propia casa ».

            Además de ese sueño, Priscilla tiene claro que sus hijos tiene que estudiar, « y ojalá puedan ir a la Universidad, aunque para eso tendrán que trabajar duro ... ¿Tus hijos pueden ir al colegio ? », me pregunta espontáneamente.

            Yo apago la cámara y me siento enfrente de ella.

          ¿Cómo le explico que mis hijos por supuesto que estudian, y que salvo que no quieran, van a ir a la Universidad. ? ¿Cómo explicar que   probablemente tengan la oportunidad de viajar ?. ¿Cómo le digo que yo soy afortunada porque trabajo 8 horas y gano mucho más que ella ; que puedo ir casi todos los días al colegio a buscar a mis hijos, que en vez de estar en la calle, van a inglés, fútbol y violín; que mi marido y yo tenemos un coche y una moto; que salgo con mis amigas a cenar de vez en cuando y que en vacaciones alterno la playa y la montaña ?

         ¿Cómo le explico que mi vida es completamente diferente a la suya...? Y lo que es peor, ¿cómo le justifico que muchos días me levanto enfurruñada y otros tantos me quejo por lo que no tengo?.

            Mientras mi cabeza piensa veloz la respuesta adecuada ella me mira sonriente. Tiene los dientes grandes, la nariz también y  los labios, extremadamente carnosos. Hoy se ha puesto una camisa clara  y una falda reluciente. Es paciente, espera a que yo le conteste.

            « En España tenemos buena educación pública, mis hijos van a un colegio público en el que aprenden inglés », le digo atropelladamente. « Y eso les dará facilidades para ir a la Universidad ». Respiro y rezo porque no siga preguntando. No lo hace, está conforme con lo suyo, y no le parece tan interesante lo que yo pueda contarle.

            Por si acaso, por si le da por seguir preguntando, le pregunto por el servicio. Y me da una llave diminuta. « Está saliendo de la casa a la derecha ». En cuanto salgo el tropel de niños me rodea y, saltando, me llevan a una construcción de barro con una puerta de madera. Dentro,  sin cerrojo, una letrina.

            A mi vuelta a la casa, Priscilla sigue sentada en el mismo sitio, con Kasereka medio dormido en su pecho y con la cámara delante, apagada. Me doy cuenta de que le gusta hablar conmigo. « ¿Tienes correo electrónico ? », me pregunta mientras me da un papel y un boli. « Yo puedo escribirte desde el de mi marido ».

          Al irme nuestro amigo común me explica que muchas mujeres de este barrio no trabajan como ella, sino que venden en la calle o atienden la casa, « por eso está contenta de hablar contigo, de igual a igual ». 

            ¿De igual a igual ?, pienso yo, de eso nada, Ella, en mi situación, se sentiría como una princesa.

            

1 comentario:

  1. Hermoso diseño! te invito a pasar por http://lablogoteca.20minutos.es/educacion-inicial-44571/0/
    Mucha suerte en el concurso!!!

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