jueves, 12 de mayo de 2016

ÁFRICA XI: UNA ESCOBA PARA DIBUJAR EL CIELO

Balinda dibjuando con su escoba


" DIBUJO EL CIELO EN EL SUELO PARA PODER DISFRUTARLO HASTA QUE CREZCA Y PUEDA TOCARLO"


   Barrer el suelo de tierra una y otra vez. Para después volverlo a barrer. Es lo que me pareció que hacía Balinda. Dibujaba círculos a su alrededor con un puñado de ramas secas sujetas por un cordel. Cuando terminó, quince o veinte minutos después de empezar, sacudió la escoba para limpiarla y la dejó erguida en la entrada (sin puerta) de una cabaña de barro. Guardando el acceso. Me asomé a ver si era su casa. Nada. Una sola habitación con algunos cuadernos viejos tirados en el suelo, dos bancos de madera trastabillados y una cruz, también de madera, en la pared frontal.

      Cuando salí, Balinda había desaparecido. Otro de los niños que por allí jugaban me miraba con esos ojos oscuros que arrojan tanta luz. Cuando levanté el primer pie para acercarme a él, echó a correr, revolviendo la tierra que Balinda había dejado tan bien colocada. "Hay que barrer otra vez", me sorprendí pensando. 

    El niño se metió en otra casa y le seguí. Esta tenía más pupitres, todos con las patas pintadas de azúl. Sillas más o menos bien colocadas sobre un suelo de tierra. Había varios niños en su interior moviendo trastos, entre ellos Balinda con otra escoba. El niño parecía leer un cuaderno, perfectamente colocado, como un alumno aplicado. Me acerqué. Las hojas estaban llenas de frases escritas en bolígrafo, con una caligrafía perfecta. Me sorprendió. 

El amigo de Balinda leyendo el cuaderno

 "¿Este es tu cuaderno?", le pregunté.


 "No, es el de todos", me dijo. "Aquí todo es de todos", siguió, "como en el cielo".

"¿Como en el cielo?", le pregunté algo confundida.

"Si, allí nadie puede apropiarse de las nubes", me soltó mientras me enseñaba un dibujo sin color con un sol enorme y lleno de pájaros."Lo he hecho yo" dijo orgulloso mientras pasaba más hojas. 

     Balinda se acercó corriendo y le arrebató el cuaderno. Revolvió las páginas hasta que pareció encontrar lo que buscaba. "Este es el mío", me dijo. Y me mostró un suelo lleno de estrellas y una niña barriendo. 

     "Es precioso. ¿Eres tú?", le pregunté.  "Si" me dijo sonriendo todavía más.

     "Y ¿por qué estás  barriedo las estrellas?. "No estoy barriendo" dijo carcajeándose. "Estoy dibujando el cielo". "Las hermanas - dijo refiriéndose a las cuatro monjas oblatas instaladas en esa zona de la ladera del monte Rwenzori - nos cuidan mientras nuestros padres están en el campo. Ellas nos hablan del cielo, dicen que allí todos somos iguales".

      "Y ¿tú crees que es verdad?", seguí. "No lo sé, yo sólo conozco este pueblo", dijo.  quisiera  montarme en una nube y ver el mundo entero desde allí...para comprobarlo". "Por eso lo dibujo en el suelo, para poder disfrutarlo hasta que crezca y pueda tocarlo". 

     Me pareció una respuesta sabia. Y mientras la miraba hacer formas con su puñado de rastrojos deseé que me invitara a ese viaje imaginario que sólo un niño sabe hacer. Enseguida pensé que no podría hacerlo como ella. Demasiadas cosas en la cabeza para no tropezarme por el camino. 

   




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